I
El Dios de la Filosofía no puede ser otro que la vida.
Oí por primera vez esta palabra, en el sentido que se le da en estos aforismos, en el Instituto, en clase de Religión, cuando don Manuel Anllo nos hizo conocer la frase evangélica: ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida’. Me chocaba que un sacerdote en aquellos tiempos tan duros, en un instituto, nombrase lo que yo vivía y sentía libremente; pero lo acepté y compré un devocionario y los domingos temprano me iba a la catedral, a un altar de mármol blanco a oír misa y comulgar; mis padres estaban sorprendidos. Lo mismo que otras veces después, esta primera devoción mía no duró mucho, porque en esa religión hay demasiada culpa, y ya teníamos bastante con la de nuestro interior y la del entorno. Mas tarde escapé de aquella opresiva ciudad y vagabundeé por el mundo y por mi mismo, siempre buscándola. Fui encontrando retazos en el drama, en la filosofía, en la poesía, en la escultura y sobre todo en esta religión que me fue naciendo.
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A la noche después de cenar lo miro, parece muy interesante, gracias.
Gracias, a la noche, cuando nadie escriba, miro lo que me mandaste.
Creo ya me lo mandaras. Lo dejo en recibidos, y a la noche con calma lo miro.
¿Como te encuentras?.